miércoles, 23 de marzo de 2011

SUDESTADA (Margarita Rodríguez)

Arrebato de pasión
la sudestada
que viene a limpiar
cosas del alma.
Sacudida feroz
que al viento lanza
todo lo que a su paso
es y alcanza.
Sauces que se hamacan
cruel desborde
ráfagas de viento
que arrebatan.
Líquido marrón
que invade todo
trayendo desazón,
luego la calma.



martes, 22 de marzo de 2011

PINCELADAS

Lito pasaba siempre en bicicleta por la puerta de mi casa.

Después de ayudar a mi mamá a lavar los platos me sentaba en la vereda a esperar a Mabel y Leti que venían a estudiar o, simplemente me quedaba ojeando alguna revista a la sombra del paraíso.

Cierto día se acercó Carmen con el delantal de cocina todavía atado a la cintura y me preguntó: lo viste al Lito? Se fue para allá, le señalé con la mano. Se quedó con los brazos en jarra mirando la calle desierta. “Cuando lo agarre a éste!”, dijo y se fue mascullando no se que cosa.

Por la vereda de enfrente venían caminando las chicas, cuando se acercaron las saludé y entramos. Me gustaba estar a esa hora en casa porque mi hermano, que iba al industrial, martes y jueves tenía educación física y los otros días taller; mi mamá, después de ordenar la cocina, se acostaba a dormir la siesta, entonces tenía toda la casa para mi.

Primero pasamos por la cocina, preparé tres vasos de jugo de naranja y un plato con galletitas. Luego fuimos a mi cuarto, copiamos las letras de algunas canciones, escuchamos Abbey Road y ensayamos algunos pasitos de moda antes de meternos de lleno a contestar las treinta preguntas del cuestionario de historia y calcar los mapas de geografía para la clase especial que teníamos que dar el viernes siguiente.

Al atardecer salimos. Yo iba a acompañar a las chicas hasta la esquina como de costumbre, cuando veo a Carmen con tres o cuatro personas más, entre ellas mi madre. Cuando me ve, se apresura a venir a mi encuentro y me dice: “vamos para adentro”. “Pero las chicas se tienen que ir- le digo- las acompaño hasta la esquina”. “Bueno, pero rapidito” fue su respuesta. Obedecí sin chistar. Me despedí de mis amigas y entré; algo raro había en el ambiente.

Luego mamá me explicó que la madre de Lito estaba preocupada porque encontró una nota en su cama que decía: “No me esperen, no voy a volver, los quiero mucho.” Aunque pensaba que era un berrinche por una discusión que habían tenido.

A los pocos días estábamos cenando cuando mamá le dijo a papá, dando algunos rodeos y eligiendo bien las palabras que Carmen estaba destruida.

Resultó ser que mientras ella creía que su hijo iba a la casa de un amigo para preparar el ingreso a Medicina, él se escapaba con una noviecita que tenía, y que, entre escapada y escapada, la chica quedó embarazada.

Ahora es chofer de una empresa de colectivos y tienen cuatro hijos. De vez en cuando viajo con él cuando voy al Clínicas a hacer las guardias.

MARGARITA RODRÍGUEZ

domingo, 20 de marzo de 2011

La mesa vacía

Quería llegar más temprano para tomar un café y paladear los recuerdos mientras esperaba. Habían transcurrido muchos años desde la última vez que se vieron.
El bar estaba lleno, pero por suerte encontró vacía la mesa del rincón, mejor imposible; necesitaba jugar con la pequeña ventaja de verla entrar y que no fuera ella la primera en desilusionarse, porque las mujeres disimulaban mejor el paso del tiempo.
Hacía días que ensayaba gestos y palabras que pudieran reparar aquel viejo error. Sin embargo, ahora, las manos se le empezaban a humedecer y lo traicionaban. Miró el reloj, todavía estaba a tiempo. Pagó rápido la cuenta sabiéndose un cobarde.

En la peluquería había tardado más de lo que pensaba, pero la imagen que le devolvió el espejo del taxi le decía que valió la pena.
Había demasiada gente y se detuvo al traspasar la puerta, pendiente de encontrar una mano que la saludara. Lamentaba no haberse puesto los anteojos y se sintió una tonta, aunque la realidad no necesitaba cristales. A punto de salir cambió de idea. Buscó la mesa vacía del rincón y pidió un café. Mientras lo revolvía pensó en la canción del catalán: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Raquel Mizrahi

lunes, 7 de marzo de 2011

Cuento de horror

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

-Thaddeus, voy a matarte.

-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.

-¿Cuándo he bromeado yo?

-Nunca, es verdad.

-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?

-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.

-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

Marco Denevi