El tiempo no se mueve. Parece que las agujas del reloj se hubieran detenido. Quisiera levantarme para ver si dejaron de funcionar, pero debo calmar esta ansiedad y seguir esperando, con tantos cables y tubos que me recorren el cuerpo…
-¡Buendía mamá!
¡Buendía!
-¿Sabés quién soy? ¡Mirta, tu hija!, ¿me reconocés?
Sí, si...No tenés que gritar tanto. Siempre la misma, ni acá se corrige.
Me va a dejar sorda, lo único que falta para completar el cartón.
-Carlos, vas a pensar que estoy loca, ya sé, pero recién le vi una luz en el fondo de los ojos, como si comprendiera.
-Dejala tranquila, los médicos ya te dijeron…
-Ellos sabrán mucho, pero yo la conozco más, te juro que me retaba con la mirada. Esperame otro poco, necesito volver a entrar.
-¡Mirta!
Uf, ahí vuelve ¿Será posible?…Si ya intenté todo, no sé para qué insiste.
Pero siempre fue tozuda, como el padre, que en paz descanse.
-Mamá, mirame, quiero contarte una cosa: ¿Te acordás de la vez que perdiste esa cadena de plata y moviste cielo y tierra para encontrarla? Bueno, te la robé yo y la escondí en el fondo de mi cajita de música, debajo de la tela. No querías prestármela por temor a que la perdiera, como pasó con el reloj, así que la usaba a escondidas.
Perdoname, tenías razón.
Pobrecita, tan inocente. Vaya a saber dónde la metí para que no me la volviera a sacar. Pero seguro la va a encontrar cuando revuelva entre mis cosas.
-¿Y, qué viste ahora? ¿Te volvió a retar?
- No, ahora sus ojos me sonrieron.
Raquel Mizrahi
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