Está abierta la inscripción gratuita para un concurso de microrrelatos con un premio de 7.000 euros.Hay que entrar a www.museodelapalabra.com .El anterior fué ganado por una participante argentina.Se los dejo,tiene 18 palabras y se titula Hace días que llueve.
Hace días que llueve y la gata se comió el último grillo que nos mantenía despiertos.
Que tal?
Un taller que funciona en una Biblioteca Pública con gente sensible.
lunes, 9 de agosto de 2010
Tarea para el hogar

Julio nos propone esta semana llevar al taller una producción cuyo eje central sea el diálogo.Más que el cuento o la trama, trabajar la intensidad del diálogo.Veremos que pasa.Nos dió un cuento de Fontannarrosa titulado "La educación de los hijos" para que aprendamos como se hace algo así(esto corre por mi cuenta)
viernes, 6 de agosto de 2010
NADERÍAS. Un texto que Editorial Dunken me publicará-
No solo el arte entreteje naderías
y somos muchos los pecadores.
¿No haber podido ser feliz?
Respuesta temporal para estos días.
Vendrán otros, los eternos,
allí no hay posibilidad de no serlo.
Consuelo espiritual, anhelo, quien lo sabe,
pero maestro, no habrá peor pecado
que no intentarlo,
aunque sea en la otra vida.
por Daniel Urriza.
y somos muchos los pecadores.
¿No haber podido ser feliz?
Respuesta temporal para estos días.
Vendrán otros, los eternos,
allí no hay posibilidad de no serlo.
Consuelo espiritual, anhelo, quien lo sabe,
pero maestro, no habrá peor pecado
que no intentarlo,
aunque sea en la otra vida.
por Daniel Urriza.
jueves, 5 de agosto de 2010
CARRERAS SECRETAS

Carreras Secretas
La teoría según la cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente, aun más allá de la causalidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas civilizaciones. Se sabe que la visión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo. La incompetencia de los emperadores chinos produce terremotos. El futuro imprime advertencias en las entrañas de las aves. La adecuada pronunciación de una palabra puede destruir el mundo. Yo, desde chico, he participado -sin admitirlo- de estas convicciones. Con toda frecuencia, me imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones para el caso de su incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de los roperos, sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. Bajaba de la cama con el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la lectura, cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese. Los castigos que imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a jugar fuerte. Si me cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si hablaba con un japonés, quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de algunos árboles, dejaría de caminar para siempre. Este repertorio legislativo fue creciendo con el tiempo y al llegar mi adolescencia, mi vida transcurría en medio de una intrincada red de obligaciones y prohibiciones, a menudo contradictorias. Todo se hizo más simple -más dramático- cuando descubrí las carreras secretas. Describiré sus reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar ágil y proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está rigurosamente prohibido correr. Antes del comienzo de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades: si llego a la esquina antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística. Durante largos años, competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja decisiva: mis adversarios no estaban enterados de su participación y por lo tanto, casi no oponían resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución, me aseguré vivir más de noventa años. En la calle Solís, garanticé la prosperidad de mis familiares y amigos. En el subterráneo de Palermo, por escaso margen, logré que Dios existiera. Tantas victorias me volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles de alcanzar. Cada vez los castigos que me prometía eran más horrorosos. Una tarde, al bajar del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que marchaba unos veinte pasos delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarlo antes de la puerta del andén. Con el coraje y la generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví jugármelo todo. Una vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y como una compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mujer deseada. Apuré la marcha. Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven me llevaba. Las dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y perdí segundos preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los pasos gimnásticos. El infierno me envió unos changadores en sentido contrario. Después tuve que eludir a unas colegialas que se divertían empujándose. La carrera estaba difícil, tuve miedo. Ya cerca de la meta, conseguí ponerme a la par del marinero. Lo miré y descubrí algo escalofriante: él también competía. Y no estaba dispuesto a dejarse vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación que me llenaron de espanto. En los últimos metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los gritos y sin el menor pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que amaba y estuve al borde del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía perdido, unareserva misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la puerta con lo que yo creí una ínfima ventaja. Sentí alivio y felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos empezarían a cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los brazos y miré al cielo. Después, como en un gesto de cortesía, busqué al marinero. Lo que vi me llenó de perplejidad. También él festejaba con unos saltitos ridículos. Por un instante nos miramos y hubo entre nosotros un no expresado litigio. Era evidente que aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba seguro de haberle sacado, al menos, una baldosa. Entonces dudé. ¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el precedimiento legal en esos casos? Desde luego, no me atreví a consultarlo con el marinero. Me alejé confundido y pensé que pronto conocería el veredicto. Una vida dichosa, un amor correspondido, darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco, me harían comprender la derrota. Pasaron los años y nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas veces fui afortunado, muchas otras conocí la desdicha. La mujer de mis sueños me aceptó y rechazó sucesivamente. Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y preguntarle cómo lo trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando. Me niego a considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la inoperancia de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas. Extraido de "El libro del Fantasma", de Alejandro Dolina.
El otro duelo.Cuento de Borges
lunes, 5 de julio de 2010
Un nuevo intento con Borges
Creo que en virtud de lo complicado que resultó la lectura de La Casa de Asterión, Julio Vinci nos propone-como siempre- otro cuento de Jorge L. Borges: El Etnógrafo.Creo que esta vez va a lograr sacarnos algunos comentarios.Eso espero.
Les dejo el cuento:
El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontenido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, la aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una toldería, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como a uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, bajo toldos de cuero o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.
En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no publicarlo.
-- ¿Lo ata su juramento? -- preguntó el otro.
-- No es ésa mi razón -- dijo Murdock --. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
-- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? -- observaría el otro.
-- Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.
Agregó al cabo de una pausa:
-- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.
El profesor le dijo con frialdad:
-- Comunicaré su decisión al Concejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:
-- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.
Tal fue, en esencia, el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.
Les dejo el cuento:
El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontenido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, la aventuras de la guerra o del álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una toldería, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como a uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, bajo toldos de cuero o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.
En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no publicarlo.
-- ¿Lo ata su juramento? -- preguntó el otro.
-- No es ésa mi razón -- dijo Murdock --. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
-- ¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? -- observaría el otro.
-- Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.
Agregó al cabo de una pausa:
-- El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.
El profesor le dijo con frialdad:
-- Comunicaré su decisión al Concejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?
Murdock le contestó:
-- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.
Tal fue, en esencia, el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.
Leemos a Cortázar

Las buenas inversiones
Julio Cortazar
Este breve cuento es en el fondo una historia de cronopios, solo que aqui el cronopio tiene un nombre sin hablar de un calentador Primus y otras cosas, se llama las buenas inversiones,Gomez es un hombre modesto y borroso que solo le pide a la vida un pedacito bajo el sol, el diario con noticias exaltantes y un choclo hervido con poca sal pero eso si con bastante manteca, a nadie le puede extra;ar entonces que apenas haya reunido la edad y el dinero suficientes este sujeto se traslade al campo, busque una regi[on de colinas agradables y pueblecitos inocentes y se compre un metro cuadraro de tierra para estar lo que se dice en su casa, esto del metro cuadrado puede parecer raro y lo ser[ia en condiciones ordinarias, es decir sin Gomez y sin Literio, como a Gomez no le interesa m[as que un pedacito de tierra donde instalar su reposera verde y sentarse a leer el diario y a hervir su choclo con ayuda de un calentador Primus ser[ia dificil que alguien le vendiera un metro cuadrado, porque en realidad nadie tiene un metro cuadrado sino muchisisimos metros cuadrados y vender un metro cuadrado en mitad o al extremo de los otros metros cuadrados plantea problemas de catastro , de convivencia, de impuestos y adem[as es ridiculo y no se hace que tanto y cuando Gomez llevando la reposera con el Primus y los choclos empieza a desanimarse despues de haber recorrido gran parte de los valles y las colinas, se descubre que Literio tiene entre dos terrenos justo un rinc[on que mide un metro cuadrado y que por hallarse entre dos solares comprados en epocas diferentes posee una especie de personalidad propia aunque en apariencia no sea m[as que un mont[on de pasto con un gardo apuntando hacia el norte, el notario y Literio se mueren de risa durante la firma de la escritura, pero dos d[ias despu[es Gomez ya est[a instalado en su terreno en el que pasa todo el dia leyendo y comiendo hasta que al atardecer regresa al hotel del pueblo donde tiene alquilada una buena habitaci[on porque Gomez ser[a loco pero nada idiota y eso hasta Literio y el notario estan prontos a reconocer, con lo cual el verano en los valles va pasando agradeblemente aunque de cuando en cuando hay turistas que han oido hablar del asunto y se asoman para mirar a Gomez leyendo en su reposera, una noche un turista venezolano se anima a preguntarle a Gomez porque ha comprado solamente un metro cuadrado de tierra y para que puede servir esa tierra, a parte de colocar la reposera, en tanto el turista venezolano como los otros estupefactos contertulios, escuchan esta respuesta : Usted parece ignorar que la propiedad de un terreno se extiende desde de la superficie hasta el centro de la tierra, calcule entonces !- Nadie calcula, pero todos tienen la visi[on de un pozo cuadrado que baja y baja y baja hasta no se sabedonde y de alguna manera eso parece m[as importante que cuando se tienen 13 hectareas y se tiene que imaginar un agujero de semejante superficie que baje y baje y baje. Por eso, cuando los ingenieros llegan 3 semanas depues, todo el mundo se da cuenta que el venezolano no se ha tragado la pildora y ha sospechado el secreto de Gomez, osea que en esta zona debe haber petroleo. Literio es el primero en permitir que le arruinen sus campos de alfalfa y girasol con insensatas perforaciones que llenan la atmosfera de malsanos humos, los demas propietarios perforan noche y dia en todas partes y hasta se da el caso de una pobre se;ora que entre grandes l[agrimas tiene que correr la cama de 3 generaciones de honestos labriegos, porque los ingenieros han localizado una zona neuralgica en el mismo medio del dormitorio, Gomez observa de lejos las operaciones, sin preocuparse mayor cosa aunque el ruido de las m[aquinas lo distrae de las noticias del diario, porsupuesto nadie le ha dicho algo sobre su terreno y el no es hombre curioso y solo contesta cuando le hablan, por eso responde que no cuando el emisario del consorcio petrolero venezolano se confiesa vencido y va a verlo para que le venda el metro cuadrado, el emisario tiene ordenes de comprar a cualquier precio y empieza a mencionar cifras que suben a razon de 5000 dolares por minuto, con lo cual al cabo de 3 horas, Gomez pliega la reposera, guarda el Primus y el choclo en la valijita y firma un papel que lo convierte en el hombre m[as rico del pais siempre y cuando se encuentre petroleo en su terreno cosa que ocurre justo una semana m[as tarde en forma de un chorro que deja empapada a la familia de Literio y a todas las gallinas de la zona, Gomez que esta muy sorprendido se vuelve a la ciudad donde comenz[o su existencia y se compra un departamento el piso ma[s alto de un rascacielos pues ahi hay una terraza a pleno sol para leer el diario y hervir el choclo sin que vengan a distraerlo venezolanos sabiesos ni gallinas te;idas de negro con la indignaci[on que siempre manifiestan estos animales cuando se les rocia con petroleo puro.
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