domingo, 27 de febrero de 2011

Camaleones

CAMALEONES


En la base de Quántico, el FBI organizó unas jornadas de capacitación y entrenamiento para algunos de sus agentes y para invitados de otros países.Los elegidos eran personal con formación en tareas de espionaje.Hay gente a las que le pagan por eso.

Cuentan algunos jubilados que se empieza a tomar el gusto a este oficio cuando uno se sube al muro de su casa para observar a la vecina que toma sol y en el caso de las mujeres, cuando corren las cortinas de la ventana de la cocina para ver hacia la calle, pero las corren como quien lo hace con un telón, porque empieza un espectáculo.Si alguien ha hecho algo así a lo largo de su vida, es probable que reúna los requisitos de admisibilidad para el ingreso por condiciones innatas.

Sumaban algo más de cuarenta en el aula.
Ingresaron silenciosamente y se sentaron en pupitres de fórmica.Todos sospechaban de todos.
Una uniformada, oriunda de New Orleans, muy seria repartía carpetas con las consignas para la semana de trabajo llevando su dedo índice con disimulo a la boca, por culpa de algunas hojas reticentes .La alumna que era de nuestro país, tímidamente la interrogó: ¿Spanish ?
No obtuvo ninguna respuesta.Siguió con la distribución.
Un asistente del director del curso entregó auriculares para que todos pudieran escuchar en traducción simultánea las palabras de bienvenida.
Después de eso, siguieron días de mucho entrenamiento. Ejercicios físicos, tácticos, escuchas telefónicas, uso de armas de fuego, gas tóxico, virus letales, cámaras ocultas, fotografías a lo paparazzi, micrófonos casi invisibles, técnicas para jackear computadoras en tres pasos, torturas que no dejan huella y toda una amplia gama del oficio secreto, que por razones obvias, nuestra representante no ha querido contar. Yo la entiendo.
Al finalizar el encuentro, con una nota no muy buena, pero con la cartulina que acreditaba su paso por ese lugar, se dirigió nuestra amiga-permítaseme incluirlos- a saludar a todos, especialmente a los hispanos por cuestiones de idioma. Después ansiosamente fue a buscar de manera pendenciera a la uniformada de la clase del primer día.
-Che, vos, resentida-le dijo en voz fuerte y clara
La oficial le dirigió una mirada desinteresada.
-Sí, a vos te hablo, ya me chusmearon y averigüé por las mías que tu marido te dejó por otra , por tu mejor amiga y vos vivís con tus hijos pero tu casa está hipotecada…gorda!
Como en el FBI a nadie le interesa el puterío, la oficial de color la dejó hablando sola y marchó atrás de su jefe.
“La Bety” Ramírez, como se la conoce en la Federal, volvió al país después de su primer viaje al exterior y fue ascendida. Hoy camina entre nosotros, aunque sé que de manera encubierta.
Ya contaba con licencia para matar cuando se vistió de jeans y así se ganó el cursito.

Daniel Urriza

sábado, 26 de febrero de 2011

Fetiche

Fetiche
Corrió la puerta de vidrio como lo hacía cada tanto, despacio se quitó los zapatos como para sorprenderlo por detrás. Esquivó algo de ropa que había en el piso y una lámpara le entorpeció el andar, después la alfombra la ayudó a desplazarse más silenciosa como si lo hiciera en el pasto. Cuando lo tuvo a mano lo tomó por la cintura.El no se inquietó, dejó que ella hiciera lo suyo. Entonces comenzó a desvestirlo, lentamente, disfrutando ese momento. No le importaba que el vidrio diera a la calle, que incluso alguno pudiera ver lo que hacía y asombrarse, reprocharle la actitud. No le importó, siguió con él.
Le levantó las manos y quedó como si lo estuviera asaltando, eso le causó risa, después le sacó el pullover y no lo despeinó. Dobló el abrigo con una técnica inigualable, en segundos. Siguió con la camisa a la que le desabrochó los botones con dificultad porque era zurda y como jugando la revoleó a un costado.
Sin alejarse demasiado, el ambiente era reducido, miró sus abdominales marcados y sus músculos inalterables con el paso de los años. –Hoy te como, siempre me gustaste-le dijo
Después ya atrevida , se arrodilló, rogando que nadie la viera desde afuera, no había cortinas, pero ya estaba jugada, era en ese momento o nunca .Entonces le sacó el cinturón y bajó con dificultad el pantalón, lo movió un poco para ayudarse con los zapatos-Ahora te venís conmigo divino-
Cuando lo tuvo desnudo, alguien le gritó desde el fondo ¡Liliana, cuando termine con eso, seguimos con el inventario eh!

Daniel Urriza

viernes, 25 de febrero de 2011

CARNAVAL

Antes a nadie se le ocurría viajar a Gualeguaychú para disfrutar del carnaval.

Al llegar los días festivos, todo comenzaba llenando decenas de bombitas de colores con agua de la canilla del patio, que luego colocábamos minuciosamente en baldes también llenos de agua para que no explotaran antes de tiempo. Con dificultad los transportábamos hasta la puerta de calle y en todas las cuadras se armaban verdaderas batallas campales con los chicos del barrio. Al rato se sumaban los adultos que, directamente, la emprendían a baldazos. Los más osados se subían a la caja del camión de algún vecino y salían a recorrer las calles en busca de jóvenes desprevenidas. No valía protestar ya que todo el mundo sabía que a determinadas horas no debían salir de sus casas si no deseaban empaparse de la cabeza a los pies antes de alcanzar su destino. Eso sí, a las personas mayores se las respetaba.

Cuando nos cansábamos de jugar con el agua comenzábamos a preparar los disfraces que luego usábamos en improvisadas comparsas y, al son de maracas y panderetas entreteníamos o, pretendíamos hacerlo, a nuestros vecinos a cambio de algunas monedas.

Por la noche teníamos dos opciones: ir al corso o al club social, de donde regresábamos bañados en espuma y papel picado, pero felices. Todo sucedía en el barrio.

Hoy el carnaval está capitalizado por la industria de las comparsas. Dejamos de ser protagonistas y pasamos a ser espectadores. Viajamos cientos de kilómetros, pagamos entradas por un sitio en el corsódromo y disfrutamos viendo como otros bailan para nosotros con sus trajes de plumas y lentejuelas.

MARGARITA RODRÍGUEZ

sábado, 19 de febrero de 2011

La rebelión de los fantasmas

Si bien al principio sentían esas presencias como una intromisión, ahora las echaban de menos. Ya se habían familiarizado con las voces que los traían a la vida. Ahora estaban apagados, vagando por el lugar como lo que eran, almas en pena olvidadas del mundo.

Pero uno, el menos resignado al aburrimiento quizás por su juventud, tuvo una idea que no tardó en transmitir a los demás.

Les hizo tomar conciencia de que siempre habían aceptado su condición sin chistar, permitiendo que otros manejaran su propia existencia, sometidos a la voluntad de unos locos que según su estado de ánimo, inspiración o paciencia, los hacían vivir una vida feliz o desdichada y hasta elegían el modo en que iban a morir. No eran más que letras impresas sobre una hoja de papel.

Pero ahora decidieron cambiar las cosas, tomar por fin las riendas de su vida. Y para lograr eso, primero tenían que salir al mundo real, traspasar las puertas de esa biblioteca donde quedaron encerrados durante tanto tiempo…

Se colocaron en fila con el fantasma más joven a la cabeza y salieron a la calle desierta. Con la luna y las estrellas como únicos testigos, caminaron en silencio hasta la plaza. Al llegar, encontraron a un hombre de larga barba durmiendo sobre un colchón de cartones. Lo rodearon y empezaron a observar que se rascaba la cabeza de tanto en tanto mientras dormía. De pronto, lo vieron abrir los ojos e incorporarse de un salto, mirando aterrorizado hacia todas partes, para luego volver a sumergirse en el sueño. Ellos eran conscientes de su condición, pero por un momento llegaron a pensar que el vagabundo había notado su presencia. Lo dejaron durmiendo y se alejaron calle abajo con la parsimonia propia de los fantasmas, respetando el mismo orden en la fila.

A poco de andar, comenzaron a escuchar a unos perros que se acercaban, y al girar sus cabezas, los vieron ladrar enloquecidos hacia ellos. Después los animales se rezagaron y quedaron otra vez solos en el camino.

Encontraron un basural y se internaron entre los escombros. Necesitaban descansar y se recostaron en unos montículos de tierra.

Cuando al amanecer llegaron los hombres con los camiones a recoger la basura, miraron sorprendidos un remolino de hojas que se elevaba hacia el cielo como bailando una danza.

Raquel Mizrahi

viernes, 18 de febrero de 2011

Lo encontré hoy viernes justo cuando llovía...

La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!


Federico García Lorca

miércoles, 16 de febrero de 2011

Cuestión de piel

Cuestión de piel.
No me creo todas esas historias de los que se embarcan y cuentan acerca de temporales en alta mar sin testigos. He visto peores naufragio con los pies en la tierra. Pero esta en particular la escuché de uno de ellos, luego de una partida de truco en la que nadie mintió un tanto.
Dijo que el sol les arruina la piel, como las sogas cortan sus manos, que todo ese trabajo les da una apariencia de lo que en realidad no son. Ellos suelen ser tipos tímidos y enamoradizos, que generalmente terminan sus días muy solos , que sueñan con sirenas embarradas del Río de La Plata y creen que existen. Las han visto.
Que por aferrarse al amor es que se tatúan un ancla, que es por eso.
Contó el marinero que un día conoció una mujer sincera, porque ella le adelantó que no se enamoraría de alguien que tiene romances en todas las geografías. El le quiso explicar que eso no era cierto, que eran fábulas que alimentaban los mismos navegantes en sus borracheras para no ser menos y sentirse acompañados .
Su aspecto rudo no contribuía con la pretensión de enamorarla y ella, quería amar, pero no sabía si a un hombre como éste.
Me dijo que se animó en uno de esos bares de los puertos que huelen mal pero que tienen a favor las noches en las bahías que suelen encantar. Pocas mujeres resisten un cuarto menguante sin que se acrecienten sus ganas de besar ,por eso el marino se aprovechó y dejó que las horas pasaran mientras disfrutaba el tabaco de pipa que en su dedos parecía como un saxo de madera ardiendo.
Cuando el frío fue visible en el sobaco de los vidrios que goteaban del lado de adentro del bodegón, le susurró al oído que la esperaba en el muelle y luego le dijo casi sin mirarla:
-¿Usted irá?
Ella le respondió con firmeza
-Si la piel está, estaré.

Daniel Urriza

El Cajero Automático

La señora mayor me tocó con la punta de su bastón, la ví vulnerable, delgadita, encorvada pero como lo hizo a propósito mi mirada fué desafiante .Enseguida me aclaró que necesitaba ayuda así que recién ahí cambié la expresión de la cara .Estábamos en la puerta de un banco, como a eso de las siete de la tarde. Le pregunté que necesitaba, en qué podía ayudarla.
-No puedo sacar mi jubilación-me dijo
Yo estaba apurado, pero de todas maneras entré con ella al sector de los cajeros automáticos.
-Lo único que falta es que nos afanen,- pensé
Revolvió en su cartera y encontró la tarjeta magnética. Como quien no quiere ver a una vieja desvestirse, me distraje a propósito en cualquier cosa para que ingresara tranquila su clave..Es un momento de intimidad.
Llegó gente, ella demoraba, me miraban como si fuera el culpable, yo, hacía gestos para que entendieran que era una pobre abuelita.A veces le dejábamos el lugar al que seguía para que hiciera su trámite y después ella volvía a intentar recordar su acceso, esas cifras para otros inolvidables.
Cuando por fín acertó, el menú que desplegó la máquina en su pantalla le pareció chino básico. Le expliqué las opciones pero la pobre no sabía si antes pedir su recibo, el saldo o extraer dinero. La gente se malhumoraba conmigo, me imaginaban su hijo o algo así. Nada que ver.
De pronto me dijo: ¿Qué banco es este jóven?
-Nación-le respondí
-Ah bueno, no se haga problemas entonces-agregó
-¿Porqué abuela?-le pregunté intrigado
Vengo mañana a la mañana, como hago siempre, total mi nieto es cajero en esta sucursal.
Me sentí como un gil.
Daniel Urriza

sábado, 12 de febrero de 2011

El perro que deseaba ser un ser humano

En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto.

Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.

Augusto Monterroso