viernes, 25 de febrero de 2011

CARNAVAL

Antes a nadie se le ocurría viajar a Gualeguaychú para disfrutar del carnaval.

Al llegar los días festivos, todo comenzaba llenando decenas de bombitas de colores con agua de la canilla del patio, que luego colocábamos minuciosamente en baldes también llenos de agua para que no explotaran antes de tiempo. Con dificultad los transportábamos hasta la puerta de calle y en todas las cuadras se armaban verdaderas batallas campales con los chicos del barrio. Al rato se sumaban los adultos que, directamente, la emprendían a baldazos. Los más osados se subían a la caja del camión de algún vecino y salían a recorrer las calles en busca de jóvenes desprevenidas. No valía protestar ya que todo el mundo sabía que a determinadas horas no debían salir de sus casas si no deseaban empaparse de la cabeza a los pies antes de alcanzar su destino. Eso sí, a las personas mayores se las respetaba.

Cuando nos cansábamos de jugar con el agua comenzábamos a preparar los disfraces que luego usábamos en improvisadas comparsas y, al son de maracas y panderetas entreteníamos o, pretendíamos hacerlo, a nuestros vecinos a cambio de algunas monedas.

Por la noche teníamos dos opciones: ir al corso o al club social, de donde regresábamos bañados en espuma y papel picado, pero felices. Todo sucedía en el barrio.

Hoy el carnaval está capitalizado por la industria de las comparsas. Dejamos de ser protagonistas y pasamos a ser espectadores. Viajamos cientos de kilómetros, pagamos entradas por un sitio en el corsódromo y disfrutamos viendo como otros bailan para nosotros con sus trajes de plumas y lentejuelas.

MARGARITA RODRÍGUEZ

No hay comentarios: