viernes, 13 de agosto de 2010

Los invito a dejar sus producciones


Comenté en el taller que quienes gusten dejar en el blog alguna de sus producciones,pueden hacerlo.Empiezo yo con un poema,no es lo que mejor hago,pero gustó a quienes lo leyeron y por eso lo subo.
Credo
No es el lamento sensiblero
que nos enrostra un tango.
Sabemos que no puede ser.
Que no será ahora, ni en Enero.
Pero hay algo que sé
y eso es un dogma.
Habremos de encontrarnos
en el cielo.
La resurrección de la carne
y la vida perdurable,
nos darán la revancha.
No es que lo sueñe yo...
lo dice el Credo.
por Daniel Urriza

Leemos a Héctor H. Munro(Saki)


Tenemos para lectura un cuento de este escritor birmano, nacido bajo el dominio del colonialismo británico(cuando no la corona usurpando culturas, tierras y recursos naturales)y fallecido en 1916 a los 45 años.El cuento se titula "La reticencia de Lady Anne".

lunes, 9 de agosto de 2010

Concurso de microrrelatos

Está abierta la inscripción gratuita para un concurso de microrrelatos con un premio de 7.000 euros.Hay que entrar a www.museodelapalabra.com .El anterior fué ganado por una participante argentina.Se los dejo,tiene 18 palabras y se titula Hace días que llueve.
Hace días que llueve y la gata se comió el último grillo que nos mantenía despiertos.
Que tal?

Tarea para el hogar


Julio nos propone esta semana llevar al taller una producción cuyo eje central sea el diálogo.Más que el cuento o la trama, trabajar la intensidad del diálogo.Veremos que pasa.Nos dió un cuento de Fontannarrosa titulado "La educación de los hijos" para que aprendamos como se hace algo así(esto corre por mi cuenta)

viernes, 6 de agosto de 2010

NADERÍAS. Un texto que Editorial Dunken me publicará-

No solo el arte entreteje naderías
y somos muchos los pecadores.
¿No haber podido ser feliz?
Respuesta temporal para estos días.
Vendrán otros, los eternos,
allí no hay posibilidad de no serlo.
Consuelo espiritual, anhelo, quien lo sabe,
pero maestro, no habrá peor pecado
que no intentarlo,
aunque sea en la otra vida.
por Daniel Urriza.

jueves, 5 de agosto de 2010

CARRERAS SECRETAS


Carreras Secretas
La teoría según la cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente, aun más allá de la causalidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas civilizaciones. Se sabe que la visión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo. La incompetencia de los emperadores chinos produce terremotos. El futuro imprime advertencias en las entrañas de las aves. La adecuada pronunciación de una palabra puede destruir el mundo. Yo, desde chico, he participado -sin admitirlo- de estas convicciones. Con toda frecuencia, me imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones para el caso de su incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de los roperos, sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. Bajaba de la cama con el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la lectura, cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese. Los castigos que imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a jugar fuerte. Si me cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si hablaba con un japonés, quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de algunos árboles, dejaría de caminar para siempre. Este repertorio legislativo fue creciendo con el tiempo y al llegar mi adolescencia, mi vida transcurría en medio de una intrincada red de obligaciones y prohibiciones, a menudo contradictorias. Todo se hizo más simple -más dramático- cuando descubrí las carreras secretas. Describiré sus reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar ágil y proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está rigurosamente prohibido correr. Antes del comienzo de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades: si llego a la esquina antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística. Durante largos años, competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja decisiva: mis adversarios no estaban enterados de su participación y por lo tanto, casi no oponían resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución, me aseguré vivir más de noventa años. En la calle Solís, garanticé la prosperidad de mis familiares y amigos. En el subterráneo de Palermo, por escaso margen, logré que Dios existiera. Tantas victorias me volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles de alcanzar. Cada vez los castigos que me prometía eran más horrorosos. Una tarde, al bajar del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que marchaba unos veinte pasos delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarlo antes de la puerta del andén. Con el coraje y la generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví jugármelo todo. Una vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y como una compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mujer deseada. Apuré la marcha. Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven me llevaba. Las dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y perdí segundos preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los pasos gimnásticos. El infierno me envió unos changadores en sentido contrario. Después tuve que eludir a unas colegialas que se divertían empujándose. La carrera estaba difícil, tuve miedo. Ya cerca de la meta, conseguí ponerme a la par del marinero. Lo miré y descubrí algo escalofriante: él también competía. Y no estaba dispuesto a dejarse vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación que me llenaron de espanto. En los últimos metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los gritos y sin el menor pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que amaba y estuve al borde del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía perdido, unareserva misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la puerta con lo que yo creí una ínfima ventaja. Sentí alivio y felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos empezarían a cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los brazos y miré al cielo. Después, como en un gesto de cortesía, busqué al marinero. Lo que vi me llenó de perplejidad. También él festejaba con unos saltitos ridículos. Por un instante nos miramos y hubo entre nosotros un no expresado litigio. Era evidente que aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba seguro de haberle sacado, al menos, una baldosa. Entonces dudé. ¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el precedimiento legal en esos casos? Desde luego, no me atreví a consultarlo con el marinero. Me alejé confundido y pensé que pronto conocería el veredicto. Una vida dichosa, un amor correspondido, darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco, me harían comprender la derrota. Pasaron los años y nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas veces fui afortunado, muchas otras conocí la desdicha. La mujer de mis sueños me aceptó y rechazó sucesivamente. Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y preguntarle cómo lo trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando. Me niego a considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la inoperancia de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas. Extraido de "El libro del Fantasma", de Alejandro Dolina.

El otro duelo.Cuento de Borges


En estos días de vacaciones, con algunas inquietudes respecto de un concurso organizado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, algunos llevaremos nuestros trabajos al taller.Julio Vinci nos ha dejado para leer este cuento de su maestro Borges.