domingo, 20 de marzo de 2011

La mesa vacía

Quería llegar más temprano para tomar un café y paladear los recuerdos mientras esperaba. Habían transcurrido muchos años desde la última vez que se vieron.
El bar estaba lleno, pero por suerte encontró vacía la mesa del rincón, mejor imposible; necesitaba jugar con la pequeña ventaja de verla entrar y que no fuera ella la primera en desilusionarse, porque las mujeres disimulaban mejor el paso del tiempo.
Hacía días que ensayaba gestos y palabras que pudieran reparar aquel viejo error. Sin embargo, ahora, las manos se le empezaban a humedecer y lo traicionaban. Miró el reloj, todavía estaba a tiempo. Pagó rápido la cuenta sabiéndose un cobarde.

En la peluquería había tardado más de lo que pensaba, pero la imagen que le devolvió el espejo del taxi le decía que valió la pena.
Había demasiada gente y se detuvo al traspasar la puerta, pendiente de encontrar una mano que la saludara. Lamentaba no haberse puesto los anteojos y se sintió una tonta, aunque la realidad no necesitaba cristales. A punto de salir cambió de idea. Buscó la mesa vacía del rincón y pidió un café. Mientras lo revolvía pensó en la canción del catalán: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Raquel Mizrahi

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