domingo, 3 de abril de 2011

De noche

Las aguas se tiñeron de negro.
Parado en la orilla, un hombre mira hacia el cielo. Observa el movimiento de las nubes, asombrado por la rapidez con que se desplazan ocultando la luna, su única fuente de luz en aquellas horas. El calor y los mosquitos lo fastidian, pero no puede irse de allí porque debe pensar los pasos a seguir. Oye ladrar unos perros a lo lejos y siente miedo.
Desde hace un mes, deambula por distintos lugares de la ciudad, y esta vez la noche lo sorprende junto al río. Busca un lugar donde sentarse, pero sólo encuentra la tierra y el pasto mojados por el rocío. Se saca la campera, la coloca en el sitio que le parece más seco, y se pregunta para qué tantas precauciones, tantos cuidados inútiles si en realidad su vida ya le interesa muy poco. Es el natural deseo de conservación, se contesta, mientras sus labios dibujan una sonrisa.

Hacía tiempo ya que no reía, aunque siempre lo caracterizó el buen humor y una inclinación por las bromas con la que llegó a molestar. Más de una vez debió pedir disculpas, lamentando que no entendieran sus gracias.
Pero se fue convirtiendo, poco a poco, en un hombre serio.
Cuando le diagnosticaron el tumor, ya avanzado, rechazó desde un principio la posibilidad de someterse a las terapias que le propusieron. Nunca se consideró un hombre valiente, pero había tomado la decisión de quitarse la vida.
Descartadas las otras formas, allí sentado, llegó a la conclusión de que lo mejor era el río, emulando a la escritora que se internó en el mar. Imaginó un monumento en el sitio donde estaba y la risa volvió a sus labios ¿sería merecedor de tal homenaje?
Sacó una pastilla del bolsillo y se la llevó a la boca, era preciso estar relajado…
Comenzó a sentir el cuerpo flojo y entregado al sueño que lo invadía poco a poco, obligándolo a cerrar los ojos a pesar de su resistencia. Se fue recostando en el suelo hasta ceder completamente.
Soñó que era de noche y dormía plácidamente a orillas de un río.

Raquel Mizrahi

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