viernes, 22 de junio de 2012

El intruso

Estaba muy cansada. Por suerte encontré un asiento y pude abrir el libro, pero permanecí despierta sólo el tiempo necesario para acomodar la cabeza. Soñé que un gato me había convertido en su esclava y desperté sobresaltada.
Cuando bajé del colectivo, caminé las dos cuadras con la sensación de que alguien me seguía. Al llegar a la puerta miré hacia atrás, pero la vereda estaba desierta. Cerré con llave y puse la traba.
Luego de ducharme preparé la cena. Desde la cocina oí ruidos en la sala y entonces recordé que no había cerrado la ventana. Saqué un cuchillo grande del cajón y me acerqué conteniendo la respiración. Espié con un ojo a través del marco de la puerta y vi el libro que había dejado al  borde de la mesa tirado en el suelo. El cuchillo me temblaba en la mano…

Sentado en un extremo del sillón, el gato restregaba la cabeza entre los almohadones. Parecía un niño jugando en el rincón favorito de su casa y yo una simple espectadora que lo observaba fascinada. Sus ojos, brillando en la penumbra,  se clavaron en los míos...
Guardé el cuchillo en el cajón y busqué un abrelatas. Le llevé el plato de atún  y me senté en el suelo para hacerle compañía.

Desde entonces apuro el paso de regreso. Sé que espera impaciente detrás de la puerta, y al entrar, sus ojos implacables me reprochan la tardanza. 

Raquel Mizrahi 

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