lunes, 4 de junio de 2012


LA PLAZA
Bajo un centenario nogal, dos hippies casi tan añosos como el árbol, con sendas panzas cerveceras, trenzan pulseritas de colores. Al lado, una pila desprolija de musculosas y remeras estampadas con imágenes de artistas otrora famosos. Conjuntos y solistas que cada tanto desempolvan sus apolillados instrumentos y, en un emocionado “revival” se encuentran después de no haberse visto las caras por más de cuarenta años. Pero siempre hay un público que los sigue y no se conforma con evocarlos a través de un aparato generoso que ya sea, en imagen o sonido los remonta a sus épocas de oro.
El secreto de esa época radicaba en que todo era nuevo y revelador, sorprendiendo a los sentidos al tocar las fibras más íntimas de nuestra esencia. La revelación era parte esencial del crecimiento. ¡Todo era tan natural! Pasado el tiempo, al querer revivir con nostalgia (siempre se tienen veinte años en un rincón del corazón) se nota, no sin cierta desilusión, que nos empecinamos en ignorar que lo que en su momento fue miel para los oídos, suena con voz metálica, chirriona y más aguda de lo que la recordábamos. Tal es el entusiasmo por volver el tiempo atrás que creemos reconocer en esas cintas en blanco y negro (generalmente bajadas de You tube) pantalones Oxford a mil rayas naranjas, amarillas y verdes, camisas de solapa ancha bordadas color te y distintos tonos de violetas fundiéndose en espirales psicodélicos.
Ya no es el encanto de la verdad revelada en bandas sonoras, sino la ilusión de querer revivir en la nostalgia sensaciones únicas e irrepetibles. Pero, como Heráclito supo discernir “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. No contentos con eso, esperamos verlos otra vez “en  concierto”, como si esas caras apergaminadas, manos callosas, melenas pajizas y voces cascadas, que hace décadas olvidaron su repertorio en el desván, nos pudieran transportar a la fuente de la eterna juventud.
Pero volviendo a la escena de la plaza y haciendo un paneo con la mirada, se pueden descubrir otras escenas tan curiosas como la anterior. Una hermana latinoamericana con su guagüita convenientemente dormida a toda hora del día, ofrece un escaparate donde los corpiños alternan con cabezas de ajo y bolsitas de orégano. Demostrándonos con su sabiduría ancestral que el erotismo y la gastronomía son dos armas poderosas a la hora de la seducción, siendo una dupla indisoluble e indispensable.
Como en la plaza cada quien atiende su juego, a los inspectores de tránsito les importa un rábano cuando un grupo de motoqueros se detiene a exhibir sus tuneadas y cromadas máquinas sobre el césped, y toman cerveza directamente del pico de la botella, empinando sus poderosos codos, mientras enseñan   desnudos y tatuados bíceps y demás músculos del brazo. Los agentes del orden están cual aves rapaces al acecho y Walkie Tallckie en mano, prestos a acarrear vehículos mal estacionados, por más que el infractor cruce corriendo del kiosco de enfrente haciendo señas como el penado catorce y diciendo “ya me voy, ya me voy”. A esta altura lo único que le queda es treparse de un salto  mientras la grúa pone el  vehículo en dos ruedas y gritar “¡Esto es un secuestro!”.
Mamás y papás con niñitos de jardín, a juzgar por sus pintorcitos a cuadrillé, abriéndose paso entre un grupo de adolescentes con mochilas que disimuladamente comparten un porro.
Señoras pitucas tomadas “de bracete”, a quienes el humo de la marihuana se les cuela por el batido, pero ajenas a todo lo que las rodea, convencidas de que están viviendo tiempo de descuento. Ellas, al contrario que los rockeros, no necesitan revivir el pasado en el que, por supuesto, todo era mejor, ya que lo tienen petrificado en sus peinados con spray  y sus blusas de yabot tiesos por el almidón.
Por suerte en la plaza también hay parejas de enamorados, sentadas a horcajadas en los bancos, tomados de las manos y comiéndose con las miradas. Entre susurros y mohines se besan, se acarician, se vuelven a besar. Besos en presente, besos de aquí y ahora. Besos de no me importa quién sos ni a dónde vas, en todo caso te acompaño y vamos juntos.
Mientras existan estos besos de enamorados solo por hoy, en la plaza y en la vida siempre habrá un mañana.
Margarita Rodríguez

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