jueves, 16 de diciembre de 2010

EL PEREGRINO

Disfruto del paisaje mientras conduzco por la carretera hacia mis cortas pero merecidas vacaciones. Las copas de los árboles aún conservan la blancura de la nieve, pero a medida que avanzo hacia la costa los copos se disuelven con el viento dejando el pavimento mojado. Trato de sintonizar en la radio una melodía que me acompañe en el trayecto. La ruta desierta me anima a aumentar la velocidad, ansiosa por llegar a mi destino. Recuerdo que llevo algunos de mis CDs favoritos y me estiro para abrir la guantera del auto. Por unos segundos desvío la mirada hacia el interior del vehículo.

De pronto me encuentro de pie en un polvoriento camino de color amarillo. Los últimos rayos de sol inundan el ambiente de una luminosidad dorada. ¿O tal vez son los primeros? Todo parece fulgurar. Algo enrojece el horizonte, me convenzo, es el ocaso.

Hacía mucho tiempo que la nieve había quedado atrás.

No sé cuanto anduve persiguiendo la puesta del sol. Al traspasar una hermosa verja me detengo y respiro profundamente; las trivialidades que ocupaban mi mente desaparecieron dando lugar a una sensación de infinito, que nunca antes había experimentado.

El género humano, tal como lo conocía, parecía haber quedado muy lejos en el tiempo. No se cuanto tiempo. Pero las ruinas que advertí a ambos lados al comenzar a transitar el camino dan cuenta de que al menos pasaron varios siglos.

La memoria me transporta a todas las épocas, a todos los lugares.

Acaecieron muchas guerras a las cuales se unieron las propias fuerzas de la naturaleza, quizás por piedad, para que el sufrimiento por tanta sangre derramada sea lo más corto posible. La humanidad se autodestruía y volvía todo a renacer. Así siempre, siglo tras siglo…algo bueno siempre despierta y algo malo también.

Estoy de pie rodeada por un grupo de personas vestidas con ropas antiguas, parecen eruditos, sabios preocupados por el destino de la humanidad… ¿Cuál humanidad?

Inmediatamente después me encuentro inmersa en una batalla, estoy desconcertada; no sé en qué bando me encuentro. Si entre los invasores o entre quienes defienden sus posesiones porque ya las habían invadido antes.

Veo emerger ciudades y caer imperios. Veo ríos caudalosos y comunicantes. Siento pasar a través de mi cuerpo otoños, inviernos, primaveras, veranos. Todos los días y las noches.

Agobiada me recuesto en la hierba, sobre mi hay un cielo tachonado de estrellas que no conozco. Vuelvo mi rostro y una lágrima corre por una mejilla sin tiempo mientras una flor emerge tímidamente en la grieta de una roca.

Me invade el cansancio y por unos instantes cierro los ojos. Al abrirlos me encuentro nuevamente en el camino polvoriento.

Veo emerger de aquellas ruinas sombras que se van transformando en siluetas, como espectros, que lentamente ocupan el camino. Creo reconoce a algunos, pero no me ven. Pretenden alcanzar la verja.

Me siento serenamente a un costado de la senda. Los veo correr, errar el camino, despeñarse por barrancos empujándose unos a otros. Me incorporo suavemente, me elevo con pasos casi imperceptibles, como levitando, y retomo el sendero.

Marga

3 comentarios:

Julio dijo...

Felicitaciones por la mención Marga!

Raquel Mizrahi dijo...

¡Felicitaciones Margarita, tu peregrinar no fue en vano
Raquelau

Marga dijo...

Gracias al taller me animé a dar este paso, así que comparto la alegría con todos ustedes.